Al perder su corazón que es como una obsidiana redonda y opaca, el aguacate pierde también su vital verde de alegría natural, tornándose oscuro y pesimista. No se deja comer con gusto y ni siquiera el limón que antaño fuese su siervo leal lo puede salvar de la desgracia, llamada por los entendidos, el desdichado proceso de oxidación.
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