Dime... ¿Acaso tienes tu también una reflexión poético-filosófica sobre limones, mazapanes o tortas enchiladas con carne?, ¿Por casualidad sabes o presientes las razones dichosas de las lechugas en su pleno frescor?, ¿Te inquieta e intriga la exacta metáfisica matemática del fractal en la coliflor?
Siendo así, cuéntame y la sumamos a las mias, por leerlas, por divertirnos, por entender tanta cosa extraña y maravillosa que ocurre en el universo.

lunes, 26 de marzo de 2012

Bitácora de viaje-1

Para Julia 


Dice Borges, que muy poco le parecen la levitación, resurrección, apariciones,  comparadas con lo que ocurre en la simetría  “que trabaja con almas de hombres que duermen y abarca continentes y siglos”.  Y es que mucho antes de tener cualquier idea  de que la voluntad de mi alma se trenzaba con las voluntades de lo que tienen en sus barrigas recónditos  los lápices de colores y los sueños que se desprenden húmedos de los pelos de los pinceles cuando están de fiesta, soñé a Artemisia Gentileschi, la única mujer pintora del renacimiento Italiano por allá en el 96, a lo mejor en marzo o en abril. Lo sé con certeza porque ese año empecé a pintar por una voluntad de expresión formidable que surgió de mi corazón en un momento muy oscuro de mi vida.

El nombre de la pintora  me fue revelado sobre un pergamino que iluminaba  las letras en la medida en que yo las iba leyendo, a la mejor manera de un sueño de suspenso, de un sueño profético. El lugar, una torre medieval llena de libros y con ceras iluminando las esquinas, en medio de un desconcierto absoluto, porque yo no sabía en qué momento ni cómo había llegado allí. No sabía si estaba soñando. No lo sabía. Todo fue real en ojo de ese huracán que es un sueño. Aquel personaje que a veces me visita cuando sueño vino y confesó que era de suma importancia que yo leyera. Así lo hice. Leí en letra cursiva a medida que mis ojos acariciaban el papel: Artemisia. Inmediatamente desperté. Como yo no sabía de qué se trataba y el sueño había sido particularmente intenso, busqué, a eso de la una de madrugada en el google de aquella época, encontrando que Artemisia es una ciudad en Cuba; la planta alucinógena que uso San Juan el Bautista cuando viajó por  el desierto escapando, como atestiguó San Pedro de Alejandría, de la ira de Herodes y, también, el nombre dado a la hija de Oracio Gentileschi: Artemisia. La única pintora reconocida a voz viva del renacimiento italiano, quien parte de su vida la vivió en Florencia, capital Toscana.

Hasta ese momento de mi vida,  nunca  había pisado un museo y menos saber que  una cosa llamada renacimiento fuera significante, y que en aquellas épocas ¡y en estas! las mujeres podíamos ser pintoras y soñar el universo cuando lo estábamos representando, y eso que yo contaba ya con 26 años. Soy de una ciudad intermedia andina en Colombia y, cuando estudié en la universidad en Bogotá, no sabía que me interesaran las artes, ni que tuvieran que ver con mi vida, ni que la vida fuera un sueño, ni que los sueños en realidad no lo son. Pero aquí no acaban estos antecedentes misteriosos de las posteriores simetrías.  Unos 5 años más adelante, ya dedicada oficialmente en medio de mucha dificultad al oficio de pintar y con el sueño de Artemisia olvidado, estaba en Colombia de regreso de un viaje a Londres.  Había permanecido unos meses allí y había visitado los primeros museos y galerías. Había llorado a moco tendido viendo la silla que Van Gogh pintó para Cezanne y también, había tomado la decisión de irme a vivir y estudiar en España. Entre hacer documentos y organizar mis cosas, una persona cercana a la familia me sugirió realizar mi estudio en Florencia… fue química inmediata, dije sí y a los dos meses estaba felizmente vivendo con mi hijita,  muy orondas,  en la capital Toscana.

Mis estudios de arte, que transcurrieron en completa felicidad,  terminaron aproximadamente a los dos años y al retorno, que por razones familiares no fue hacia Colombia sino hacia Costa Rica,  haciendo una escala de un día completo en el aeropuerto de Roma, me pierdo buscando una aerolínea de carga para mis libros y materiales de pintar   que pesaban una barbaridad. Me deja un taxi en el muelle de carga, se me indica que es ese el lugar. Voy con mis paquetes arrastrados en un carrito de aeropuerto, no hay nadie, el lugar esta desierto, es una bodega gigantesca llena de cajas y contenedores  listos para ser despachados. Estoy furiosa, además de cansada,  porque no sé cómo me voy a  devolver son todas estas cosas. Miro de pronto  una fila de cajas acomodadas en estanterías a lo largo de un pasillo de unos 30 metros de largo por unos tres de alto y veo la marca de estas cajas, en todas, en rojo mayúscula vibrante: ARTEMISIA.  Esa lectura me crispa, me revuelca las tripas, me hace recordar mi sueño y viajar de allá para acá en el tiempo de mi vida y lloro. Para que no quede duda alguna de la sincronía, me entero unas tres horas después que ese día se inagura o cierra la histórica primera muestra conjunta de Artemisia y su padre, creo que en la Galería Borghese, no lo recuerdo muy bien porque todo fue vértigo. He venido a Italia a buscar mi destino, he venido desde lejos en distancia y en tiempo a buscar lo que buscamos las mujeres del mundo, nuestro lugar en el. Nuestro lugar de honor y dignidad en el, siendo lo que somos y siendo respetadas y valoradas exactamente por esa razón. Porque somos nosotras mismas. Porque soy yo misma, porque soy creativa, porque soy sensible, porque soy mujer y soy hija de la luna y sus ciclos, porque mi entendimiento de universo es emotivo y vital. Toda esta comprensión que me cayó encima como agua fresca, me llevo en mi viaje de regreso a mi nuevo hogar: Costa Rica, que nunca había visitado, que nunca había escuchado, que nunca había sabido.

Muchos años después, ahora viviendo en Costa Rica, tengo nuevamente ese sueño. En el mismo papel, en la misma caligrafía  psicodélica se me envía un mensaje, se me dice que debo hacer algo. La misma persona me hace esta nueva confesión, y el ojo del huracán sigue siendo el centro de mi sueño. Tengo alguna certeza de qué es pero no sé cómo ni cuándo sucederá. El ciclo completo se cierra, cuando esta mañana leo a mi querida Julia Ardón comentado una nota sobre  Artemsia Gestileschi, solo dos días después de que he tenido otra vez este sueño hermano de aquel otro sueño que me llevó a Florencia a buscar mi destino.  La diferencia es que  ahora sé del castillo maravilloso que soñó el emperador mongol Kublai Khan,  que fue descrito en un poema 5 siglos más tarde  por Colerige, de manera que ninguno de los dos eschuchó nunca nada del otro, y de esto que Borges afirma : “…nada o muy poco son, me parece, las levitaciones, resurrecciones y apariciones de los libros piadosos.” , confrontadas con estas simetrías, dónde, añado yo con una certeza que me atraviesa toda,  se ven a los seres bebiendo de las mismas aguas de la vida, sabiéndolas e intrincadamente conectados desde lo más abisal hasta lo ordinario en sus almas y corazones. Esta comprensión atávica y estremecedora de que somos uno, de que soy uno.

Costa Rica, terminado de escribir en marzo 27 del 2012.

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