Para Julia
Dice Borges, que muy poco le parecen la levitación, resurrección, apariciones, comparadas con lo que ocurre en la simetría “que trabaja con almas de hombres que duermen y abarca continentes y siglos”. Y es que mucho antes de tener cualquier idea de que la voluntad de mi alma se trenzaba con las voluntades de lo que tienen en sus barrigas recónditos los lápices de colores y los sueños que se desprenden húmedos de los pelos de los pinceles cuando están de fiesta, soñé a Artemisia Gentileschi, la única mujer pintora del renacimiento Italiano por allá en el 96, a lo mejor en marzo o en abril. Lo sé con certeza porque ese año empecé a pintar por una voluntad de expresión formidable que surgió de mi corazón en un momento muy oscuro de mi vida.
El nombre de la pintora me fue revelado sobre un pergamino que
iluminaba las letras en la medida en que
yo las iba leyendo, a la mejor manera de un sueño de suspenso, de un sueño
profético. El lugar, una torre medieval llena de libros y con ceras iluminando
las esquinas, en medio de un desconcierto absoluto, porque yo no sabía en qué
momento ni cómo había llegado allí. No sabía si estaba soñando. No lo sabía. Todo
fue real en ojo de ese huracán que es un sueño. Aquel personaje que a veces me
visita cuando sueño vino y confesó que era de suma importancia que yo leyera.
Así lo hice. Leí en letra cursiva a medida que mis ojos acariciaban el papel:
Artemisia. Inmediatamente desperté. Como yo no sabía de qué se trataba y el
sueño había sido particularmente intenso, busqué, a eso de la una de madrugada
en el google de aquella época, encontrando que Artemisia es una ciudad en Cuba; la planta alucinógena que uso San Juan el Bautista cuando viajó por el desierto escapando, como atestiguó San Pedro
de Alejandría, de la ira de Herodes y, también, el nombre dado a la hija de Oracio
Gentileschi: Artemisia. La única pintora reconocida a voz viva del renacimiento
italiano, quien parte de su vida la vivió en Florencia, capital Toscana.
Hasta ese momento de mi vida, nunca había pisado un museo y menos saber que una cosa llamada renacimiento fuera
significante, y que en aquellas épocas ¡y en estas! las mujeres podíamos ser
pintoras y soñar el universo cuando lo estábamos representando, y eso que yo
contaba ya con 26 años. Soy de una ciudad intermedia andina en Colombia y, cuando
estudié en la universidad en Bogotá, no sabía que me interesaran las artes, ni
que tuvieran que ver con mi vida, ni que la vida fuera un sueño, ni que los
sueños en realidad no lo son. Pero aquí no acaban estos antecedentes
misteriosos de las posteriores simetrías.
Unos 5 años más adelante, ya dedicada oficialmente en medio de mucha
dificultad al oficio de pintar y con el sueño de Artemisia olvidado, estaba en
Colombia de regreso de un viaje a Londres.
Había permanecido unos meses allí y había visitado los primeros museos y
galerías. Había llorado a moco tendido viendo la silla que Van Gogh pintó para
Cezanne y también, había tomado la decisión de irme a vivir y estudiar en
España. Entre hacer documentos y organizar mis cosas, una persona cercana a la
familia me sugirió realizar mi estudio en Florencia… fue química inmediata,
dije sí y a los dos meses estaba felizmente vivendo con mi hijita, muy orondas, en la capital Toscana.
Mis estudios de arte, que
transcurrieron en completa felicidad, terminaron aproximadamente a los dos años y al
retorno, que por razones familiares no fue hacia Colombia sino hacia Costa Rica,
haciendo una escala de un día completo
en el aeropuerto de Roma, me pierdo buscando una aerolínea de carga para mis
libros y materiales de pintar que pesaban una barbaridad. Me deja un taxi en
el muelle de carga, se me indica que es ese el lugar. Voy con mis paquetes
arrastrados en un carrito de aeropuerto, no hay nadie, el lugar esta desierto,
es una bodega gigantesca llena de cajas y contenedores listos para ser despachados. Estoy furiosa,
además de cansada, porque no sé cómo me
voy a devolver son todas estas cosas. Miro
de pronto una fila de cajas acomodadas
en estanterías a lo largo de un pasillo de unos 30 metros de largo por unos
tres de alto y veo la marca de estas cajas, en todas, en rojo mayúscula vibrante: ARTEMISIA. Esa lectura me crispa, me revuelca las
tripas, me hace recordar mi sueño y viajar de allá para acá en el tiempo de mi
vida y lloro. Para que no quede duda alguna de la sincronía, me entero unas tres horas después que ese día se inagura o cierra la histórica primera muestra conjunta de Artemisia y su padre, creo que en la Galería Borghese, no lo recuerdo muy bien porque todo fue vértigo. He venido a Italia a buscar mi destino, he venido desde lejos en
distancia y en tiempo a buscar lo que buscamos las mujeres del mundo, nuestro
lugar en el. Nuestro lugar de honor y dignidad en el, siendo lo que somos y
siendo respetadas y valoradas exactamente por esa razón. Porque somos nosotras
mismas. Porque soy yo misma, porque soy creativa, porque soy sensible, porque
soy mujer y soy hija de la luna y sus ciclos, porque mi entendimiento de universo es emotivo y vital. Toda esta comprensión que me cayó
encima como agua fresca, me llevo en mi viaje de regreso a mi nuevo hogar:
Costa Rica, que nunca había visitado, que nunca había escuchado, que nunca
había sabido.
Muchos años después, ahora viviendo en
Costa Rica, tengo nuevamente ese sueño. En el mismo papel, en la misma
caligrafía psicodélica se me envía un
mensaje, se me dice que debo hacer algo. La misma persona me hace esta nueva
confesión, y el ojo del huracán sigue siendo el centro de mi sueño. Tengo
alguna certeza de qué es pero no sé cómo ni cuándo sucederá. El ciclo completo
se cierra, cuando esta mañana leo a mi querida Julia Ardón comentado una nota sobre Artemsia Gestileschi, solo dos días después de
que he tenido otra vez este sueño hermano de aquel otro sueño que me llevó a
Florencia a buscar mi destino. La diferencia
es que ahora sé del castillo maravilloso que soñó el emperador mongol Kublai Khan, que
fue descrito en un poema 5 siglos más tarde por Colerige, de manera que ninguno de los dos eschuchó nunca nada del otro, y de esto que Borges afirma : “…nada o
muy poco son, me parece, las levitaciones, resurrecciones y apariciones de los
libros piadosos.”
, confrontadas con estas simetrías, dónde, añado yo con una certeza que me atraviesa
toda, se ven a los seres bebiendo de las
mismas aguas de la vida, sabiéndolas e intrincadamente conectados desde lo más
abisal hasta lo ordinario en sus almas y corazones. Esta comprensión atávica y
estremecedora de que somos uno, de que soy uno.
Costa Rica, terminado de escribir en marzo 27 del 2012.
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