Dime... ¿Acaso tienes tu también una reflexión poético-filosófica sobre limones, mazapanes o tortas enchiladas con carne?, ¿Por casualidad sabes o presientes las razones dichosas de las lechugas en su pleno frescor?, ¿Te inquieta e intriga la exacta metáfisica matemática del fractal en la coliflor?
Siendo así, cuéntame y la sumamos a las mias, por leerlas, por divertirnos, por entender tanta cosa extraña y maravillosa que ocurre en el universo.

miércoles, 13 de junio de 2012

Males contemporáneos de una hembra humana ligeramente perezosa





Todo empezó a ocurrir hace unos 10 años, cuando producto de mis desmanes y hábitos alimenticios en general, me decidí pasar, todavía ignoro si a favor o en contra de mi voluntad, una temporada en los abismos. No supe en esta época, como diablos esta temporada en dichas regiones pantanosas y oscuras influyeron directamente en mis carnes trémulas y jóvenes, haciéndolas empezar a padecer el temido síndrome de la piel de naranja. Para mí, producto de mi ingenuidad y mi destartalada psique, era todo un misterio el intrincado mecanismo biológico de la gordura, sobre todo, porque aquello que atribuí a la maldad del mundo contemporáneo que me rodeaba por doquier, después se organizó o se reorganizo, mas interiormente digamos. Mucho más al interior, a nivel químico.

Sí, he decir que la incipiente celulitis que empecé a padecer en ese entonces, la definí consecuencia directa de mis malos tratos matrimoniales. Peleo con el hombre, visito el infierno, me pongo nerviosilla y para calmar mis apetitos espirituales que están sedientos, me dedico a comer toda clase de chucherías, morcillas, chorizos, arepas rellenas y ensaladas de frutas pero en todo caso aderezadas con helado, leche condensada y mermelada de cerezas que debo confesarlo también, a pesar de la experiencia, hasta el día de hoy me sigue fascinando. Se ve que poco se aprende de aquello que ocurrió, sobre todo cuando es rico y jugoso.

En fin, que fueron años de estos tejemanejes de ir y venir de y hacia las profundidades fantasmagóricas de mi psique, con agotadoras subidas por la cuesta de la alegríadoméstica y estruendosas recaídas domingueras. Y muy a pesar de que yo insistí durante bastante tiempo en estas otras ejercitaciones, la celulitis no desapareció, por el contrario, a pasos agigantados iba apoderándose de mis piernas. Y, aunque no se me pueda ver ahora mismo a través de estas letras, puedo asegurar que nací con piernas firmes y jóvenes, sin un gramo de grasa, puro musculo y pura agilidad, pura pulcra belleza. Si bien es cierto que en mi temprana mocedad aparecieron los primeros síntomas capilares en mis jóvenes y aliviadas extremidades inferiores, no ese es el tema que me ocupa ahora, pues para ello está la depilación en todas sus variedades. Lo que sí quiero que quede claro a través de estas palabras, es que maldigo a mis antepasados Españoles e Italianos que me pasaron el gen peludo, y sepan ellos muy bien, revolcándose en sus tumbas, que tener pelos en las piernas es una afrenta feroz contra la feminidad.



Del tema que me ocupa debo decir a mi favor, que nunca, nunca, a pesar de haber visto el rostro de Adoniran cuando conversaba con mi ex-marido, a pesar de haber visto la negrura inmensa de la noche que me mordía por dentro y me hacía tener un hambre que mi madre decía endiablada... cenar tres veces una misma noche, nunca dejé de ser devota. A pesar de haber traspasado los límites de la cordura del mundo ordinario y conocer la mueca del llanto maligno de la propia conmiseración, yo misma a mí misma me caía gorda, regorda, y toda clase de oscuras malidisecencias que finalizaron por inflarme como un globo, nunca, pero nunca, que se entienda bien, nunca tuve tratos con el señor de las tinieblas gracias al cielo, asíaparentemente fuera lo contario, por mi aspecto macabro, mofletudo y triste. Algunas personas de mi familia insistían en el hecho de que yo estaba poseída y que lo único que podía salvarme era un exorcismo. Fueron encargadas para este propósito redentor, unas monjitas santuarianas que me tuvieran en cámara ardiente, a cambio de un dinero que las venerables recibieron para los huerfanitos del orfelinato en El Santuario, pueblo querido y perdido en la cordillera de los Andes colombianos, donde todavía se cree en los milagros y en que, siguendo la lógica del un razonamiento materno, que la gordura puede ser producida por satán. Mi madre les dijo a las monjas para el asunto de la plegaria: o que deje al marido, o que deje de comer y se adelgace a ver si se consigue otro. Se le dieron los dos milagros, aunque las monjitas dijeron que ellas iban a pedir por lo que mi dios quiera, así fuera verme gorda y mofletuda hasta el día de mi muerte. Mi madre dijo, pero que sea feliz, y las monjas empezaron a rezar.

El cielo, ese fue el que intervino en todo este asunto, porque vaya una a saber qué circunstancias o provocaciones, además del milagro de las monjas, ocasionaron que yo me dedicara a cuidar aquello que tenía tan abandonado: Mi propio cuerpo. He aquí que durante otros tantos años me he decidíencontrar la paz espiritual, armonía interior, la belleza que esta por dentro para ver si se ponía por fuera también. Pero no, no había caso, el mal ya estaba hecho, ya tenía yo la condenada celulitis. Me dije a mi misma en un arrebato de galantería para con mi propia persona, que era el simple y llano producto de mi lucha contra las oscuridades. Mi celulitis era la marca indeleble que me habían dejado cientos de empanadas, morcillas, chicharrones y toda clase de porquerías que yo nerviosamente me devoraba cuando visitaba las peligrosas regiones del averno. Tampoco es que ahora no me coma una empanada, ni unos bizcochos ni uno que otro helado cuando me dan ganas,¡por Dios!! Nofaltaría más.Además lo hecho ya hecho está. No me importa que se me vean las piernas así o asa pues no quiero trabajar en Hollywood nunca más, a ese sueño renuncié. Decidí un buen día y mi alma descanso en la paz de los inocentes.

Con todas estas cavilaciones en mi cabeza, otro buen día me conseguí un buen marido holandés que me llevo a vivir a su país, lugar donde no importa mucho si las piernas se te están poniendo mofletudas a condición de que seas inteligente y simpática.

Mi buen marido holandés me compro una bicicleta para integrarme a sus costumbres y tradiciones. Le maldije como antaño maldije a mi otro marido, cuando me tocaba llevar las frutas enlatadas del mercado en la parrilla de la bicicleta. Le maldije cuando debí ir al centro de la ciudad a una diligencia urgente y estaba lloviendo, obvio, en la bicicleta.

Pero lo que quiero decir ahora, es que hace poco, un buen día, día bueno como mi buen marido, me mire en el espejo, y descubrí que no hubo yoga, cambios espirituales, bioenergéticas, taichís, terapias de risa ni danzo-terapias que hicieran lo que por mí hizo la bicicleta: la celulitis desapareció en un 65%!

Ese día bendije a mi marido y nos amamos con fervor toda una noche entera, o lo que pareció una noche, o así, es que se nos hace eterno el tiempo y ya yo no estoy para hacer cuentas de resistencias ni nada que se le parezca. En fin, nos amamos y eso es lo que vale.

Escritoras y mujeres sensibles del mundo, este un aviso para todas nosotras, no seáis ingenuas como yo he sido, no lo seáis. Ningún cuento ilustrado, ni ningún poema de amor, ninguna catarsis espiritual va a hacer por vosotras lo que el ejercicio. Y sí, bella mujer, el diabólico mal ya está hecho, no te entreguéis a él como te entregas a tu amante, sin dar la lucha. Lucha, lucha, lucha. Al menos, tres veces a la semana, una hora







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